domingo, 25 de febrero de 2007
Se llamaba Alberite...
Se guardó las vueltas, cobres ingrávidos, y empujó la puerta a la calle. La barra de pan "adobada", repleta de irrompibles bultos de harina y agua, ardía bajo su brazo. Pellizcó el currusco y arrancó su punta, tal y como hacía su madre. La miga se le deshizo en la boca. Una pasta ruda pero suave que hacía siete años que no probaba. Las obras y los supermercados habían invadido el pueblo, pero el pan de “El Ave”, ese panadero de pelo largo, aire descuidado y voz tímida, seguía igual. Igual que su gente, igual que el pueblo entero. Tosco por fuera, blando como una nube por dentro.
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5 comentarios:
Cuánta melancolía, chica, si es tan importante para ti ese pan ya te traeré que en mi pueblo también lo hacen.
Este finde a las Ejeas y luego a Huesca con nuestra gran amiga. A ver qué tal nos va.
No es melancolía, es reconfortante que algunas cosas sigan como siempre.
Y nos irá genial, Hipolipo. ¿Acaso lo dudas? De Huesca al Pulitzer en fotografía.
Qué bonito tía!!!! ME parece que Alberite supone más para ti que un simple viaje con amiguillos!!! Leyre, espero que sigas con el blog, porque de verdad que escribes muy bien, y es una forma de seguir ejercitándote.
Un beso!!!
Tengo la miga de pan en la boca, me ha raspado los labios la corteza. Y veo al panadero. Ya te lo dije. A veces leo a otras gentes y otros panes y los tengo que revolver y re-leer mucho hasta intuir la miga de pan. Espero que esto siga adelante. Me gusta mucho.
Regresé hace poco a un pueblo, muchas casas y cosas habían desaparecido y aparecido. Una curva, un olor, unas ortigas y una posada me hicieron muy feliz.
Un beso.
Gracias, Caravinagre y Ejemplo! Espero que la miga no se os atragante nunca...
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