lunes, 25 de junio de 2007

Después de un punto y seguido

Y volvemos a empezar. Con el blog y con otras cosas.

Estoy en Bilbao. No me cansaré de rallaros con lo precioso que es y, sobre todo, con lo bien que huele. Huele a sal y a olas, y la gente come pintxos a cualquier hora del día en las terrazas, grita en los bares, bebe txikito tras txikito junto a las barras, cena fuera de casa si nada o nadie lo impide, habla de política, se cabrea y se despide con una palmada en la espalda, lleva "El Correo" bajo el brazo como quien lleva la cartera en el bolsillo (como esa que me han birlado felizmente, desvirgando mi facultad de Persona Nunca Robada). En Bilbao, y en Getxo, hay bollos de mantequilla, una cafetería enana de nombre oficial "Ondartza", aunque la llamamos "El Hueco" porque es un agujerito desconocido donde esconderse del mundo. Las calles y los restaurantes están llenos como si siempre fuera el primer día de vacaciones, las cuadrillas de chavales-botellón se arremolinan junto a las paradas de metro, sentadas en el suelo y prometiendo una noche larga.

El del kiosko, que no se acaba de acostumbrar a mí (aparezco y desaparezco, le compraba el "Deia", luego "El Mundo" y ahora según me dé), me ha preguntado qué tal en Pamplona. Y le he querido decir que en Pamplona hay garrotes y bocatas de pechuga, tomate y mayonesa; un bar en el que te sirven tubos a lo Nacho Vidal; otro muy osasunero que me ha surtido de tabaco como nadie lo ha hecho en la vida. Que hay un diván de la puta y el galán para botar (que no potar) hasta el infinito; que hay cenas mexicanas a domicilio, y una terraza en la que a veces aparece el hombre-batidora. Que en Pamplona, le he querido decir, he hecho las chorradas más grandes de mi vida, y las más divertidas; que me han dado los abrazos más grandes del mundo. Que he visto fabricar urnas; que he conocido la cultura agote; que me he encerrado durante días y noches con un puñado de gente enferma y genial (y las dos cosas son buenas) para hacer cosas ilusionantes; que he esperado durante horas en mi terraza a ver salir a la mujer de las doce, en paños muy muy menores (tan menores que no existen); que me han hecho adicta al tinto (de botella); que he vivido mis alegrías y mis penas -y las suyas- con cuatro personitas que ahora se me escapan pero que me han hecho sonreír sin parar durante los mejores cuatro años de mi vida. Que he conocido a gente intachable con la que he hablado, peleado, reído hasta que me dolieron las tripas y viajado a otros continentes, véase Túnez o el mismísimo Alberite. Que me he tomado los mejores cafés de mi vida, con la mejor gente de mi vida.

Pero no me ha dado tiempo a decirle todo eso. Una señora con un perro naranja ha metido su brazo en medio de nuestra conversación para agarrar un "Hola", que para eso hoy es lunes. Así que le he dicho: "En Pamplona... muy bien". Y me he marchado para "volcar" aquí esa conversación ficiticia. Ya lo sabías todos, pero quería escribirlo, aunque no sé si se puede decir que en internet las palabras escirtas permanecen. Si al menos siguen en nuestras cabezas, me conformo. Bilbao es Bilbao, pero Pamplona es vosotros.

Os quiero mucho, chicos. Gracias por estos años.